Yo tenía esos años de la adolescencia cuando saqué de los estantes de mi mamá Las venas abiertas de América Latina. Ese libro que tiene más sentido si se es adolescente, porque se tienen todos los poros crispados y porque lo que duele te duele de verdad. Y luego vino Memorias del Fuego y yo me enamoré en esos años de Eduardo Galeano. Sí, era cursi cuando hablaba de amor y era cursi cuando hablaba de aquello que duele, de la gente que le duele a uno en la piel, del país que duele y duele. Pero también despertaba en uno ese deseo de justicia imposible, ese deseo utópico de ser mejor gente.
La pucha. Eso ya es mucho.
Y un día, le hice un café a don Galeano, cuando ya el amor adolescente abrió paso a la admiración hacia alguien solidario y entero. Y me sentí hermosa ese día…
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